El Estado debe garantizar la seguridad de las
universidades y de los universitarios del país. Y los grupos armados no
pueden seguir convirtiendo los predios en un campo de batalla.
El pasado viernes 17 de
septiembre fue asesinado a plena luz del día, en un barrio residencial de
Barranquilla, el profesor universitario Alfredo Correa de Andreis y su
guardaespaldas, Edward Ochoa Martínez. Correa era sociólogo, ex rector de
la Universidad del Magdalena, miembro de la Red de Universidades por la
Paz y profesor de las universidades del Norte y Simón Bolívar.
Las circunstancias de su muerte
son ampliamente conocidas: hacía pocos meses había sido denunciado por un
guerrillero reinsertado que lo acusaba de ser un supuesto ‘comandante
Eulogio’ de las Farc. Tras un mes de detención, había sido liberado por
los jueces por falta total de pruebas. Esto no impidió que los asesinos le
aplicaran la pena de muerte. A mansalva. Cobardemente.
Este doloroso asesinato trae a la
memoria el ciclo trágico de 1999. Este año luctuoso comenzó el 30 de abril
con el secuestro y posterior asesinato del director del Departamento de
Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional, Darío Betancourt.
Pocos días más tarde, el 4 de mayo, fue muerto a tiros en su propia
oficina el profesor Hernán Henao, director del Instituto de Estudios
Regionales de la Universidad de Antioquia. El 15 de septiembre, el
profesor Jesús Antonio Bejarano fue asesinado en el momento en que
ingresaba a su salón de clase en los predios de la Universidad Nacional de
Colombia, en Bogotá. ¿El asesinato del profesor Alfredo Correa de Andreis
significa que se pueda hallar en curso un ciclo perverso similar?
La intolerancia física y verbal
en los predios universitarios es el germen de su autodestrucción. La
universidad es, por principio, un espacio abierto para el debate
pluralista y la confrontación de ideas. Cuando grupúsculos radicales de
extrema derecha o de extrema izquierda buscan imponer a sangre y fuego su
concepción de la vida universitaria, cualquiera que esta sea, terminan
destruyendo el espíritu universitario.
Esto fue que lo ocurrió en 1999.
La todavía débil y precaria comunidad universitaria colombiana reaccionó
con horror a los asesinatos de los profesores mencionados. Se instalaron
el miedo y la autocensura en las universidades del país. Muchos temas
altamente sensibles, pero estratégicos para el país (violencia política,
criminalidad, narcotráfico), fueron abandonados por temor a las
represalias. Muchos profesores decidieron encerrarse en una “urna de
cristal”, limitando su actividad a la simple docencia y abandonando la
investigación y la extensión (conferencias, seminarios). Decenas partieron
para el exilio forzado. Muchos jamás regresaron, con lo cual Colombia
perdió cerebros irremplazables, como el profesor Hernando Valencia Villa,
uno de los más dotados intelectuales del país, quien hoy realiza una
brillante carrera en España.
Al cabo de los años, parecía que
el horror había pasado. Que nuevamente era posible resucitar el espíritu
universitario abierto, generoso, fundado en el respeto a la diferencia y
en el respeto al otro. Desgraciadamente, el asesinato del profesor Correa
de Andreis pone en evidencia que las amenazas persisten.
Colombia tiene una de las
comunidades científicas más débiles de América Latina en proporción a su
tamaño y población. Y, como lo ha demostrado hasta la saciedad la
experiencia mundial reciente, solamente los países que han logrado
consolidar la educación y la investigación han logrado salir del
subdesarrollo. Este es el caso, por ejemplo, de Corea del Sur, que hace
apenas cuatro décadas tenía un ingreso per cápita menor que el colombiano
y hoy supera de lejos a nuestro país.
El Estado debe garantizar la
seguridad de las universidades y de los universitarios del país. Pero,
igualmente, los grupos armados no pueden seguir convirtiendo los predios
en un campo de batalla.
Sin duda, el asesinato del
profesor Correa de Andreis fue perpetrado por grupos de extrema derecha.
El Gobierno les debe exigir a los jefes paramilitares reunidos en Santa Fe
de Ralito la entrega de los autores intelectuales y materiales de este
horrendo crimen.
* Profesor del Instituto de
Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional
de Colombia
epizarrol@unal.edu.co